En el nombre del jamón
ENRIQUE TOMÁS, PROPIETARIO DE LA
CADENA DE JAMONERÍAS ENRIQUE TOMÁS
“Ha llegado el momento de poner mi nombre propio
al jamón en el mundo”, dice Enrique Tomás. Lleva
treinta años dedicado a comprar y vender jamones,
casi tantos como hace que se anuncia con
Justo Molinero. “Sí, sí, yo soy el de los jamones
de la radio y de las mil imitaciones”, dice orgulloso.
“Este era mi altavoz y hasta ahora no he necesitado
más, estaba creando la infraestructura.
Pero ahora lo tiene que saber más gente”.
Tomás tiene 36 tiendas-degustación en Barcelona
y área metropolitana. La empresa acaba de
cumplir treinta años, y ha decidido que es el
momento de dar el salto. Lo primero, en febrero,
fue celebrarlo con un concierto de Isabel Pantoja
que llenó el Palau Sant Jordi: las entradas sólo se
podían obtener comprando una paletilla de jamón
(vendió 7.000), o por invitación de la casa:
“Mi padre decía: ‘el que regala bien vende si el
que lo toma lo entiende’”.
En su tarjeta de visita personal, Tomás se define
como “hacedor de negocios”; en la profesional,
lleva escrito: ‘El jamón tiene nombre propio’
(pero también podría poner: ‘El rey del jamón’).
“Es verdad que hasta ahora he tenido un
posicionamiento folklórico, pero al menos cinco
millones de personas me conocen. Otros
muchos no: en la zona alta me están
descubriendo ahora”.
Tomás nació en Badalona en 1966; sus padres
habían llegado desde Orihuela veinte años antes.
“Mi padre trabajaba en una fábrica, pero con un
salario no llegaba para once hijos” (Enrique es
el pequeño), y montó una lechería en Santa
Coloma de Gramenet, que llevaba la madre.
“Yo estaba chupando teta y ella cortando jamón”.
Enrique acabó EGB y empezó a trabajar en la
tienda. “Me emancipé económicamente haciendo
pollos al ast. Me siento rico desde los 13 años,
entonces empecé a tener más de lo que uno necesita”.
Ahora está a punto de inaugurar un macroespacio
en la calle Pelai, otro en Sabadell, y tiene más de
200 solicitudes para abrir franquicias. “Me piden
en Europa, en China. Yo digo que el año que viene
como mucho abriré 60. Pero voy a montar tantas
como encuentre las personas adecuadas”.
La empresa factura 15 millones de euros, emplea
a 262 trabajadores. “Yo cobro al contado, tengo
tesorería, lo reinvierto todo, y el Sabadell nunca
me ha dicho que no”. Tiene muchos socios en sus
establecimientos, pero “ahora sufro lo que no está
escrito al tener que dejar mi marca a otros”.
Explica que su padre “era un buen tendero pero si
n vocación de empresario”. Tenía cuatro tiendas
en Badalona, y se las repartieron entre los hermanos,
a cambio de una pensión vitalicia a los padres,
“una de las mejores decisiones de mi vida”. Así,
en 1982 Enrique Tomás se hizo cargo de la tocinería
en el mercado de la Salut de Badalona; y en 1987
“empecé a mostrar mis armas: compré un supermercado
y lo convertí en tienda especializada”. Luego otras
en Santa Coloma, y en la plaza Sanllehy en Barcelona:
“¡Que para mí era el fin del mundo!
¿Por qué es justo ahora el momento de crecer?
“Tengo una pieza fundamental, una socia en la
gestión. Y porque lo puedo hacer con mis hijos,
Núria, de 25 años, y Albert, de 20; si lo hubiera
hecho antes, les hubiera perdido. He estado mucho
con ellos. Y trabajo 7 días, 24 horas, no es un tópico.
Tengo que engañar a la gente diciendo ‘¡qué cansado
estoy!, pero disfruto como nunca en la vida. Mi mujer
lo entiende más que nadie en el mundo, pero aun
así no lo entiende. Se supone que todo tiene que
tener un objetivo concreto, ¡pero el objetivo es vivirlo!”.
Tomás hubiera podido ser un mal tenista profesional,
pero es un buen comerciante que quiere ser aliado de
los productores (también podría haber sido psicólogo:
“Cuando estaba en el mercado, ya mi mujer me decía:
las clientas no vienen a comprar, ¡vienen a hablar contigo!”)
. Tomás vende los jamones que selecciona, con su propia
marca, pero también los de más prestigio, 5J o Joselito,
“que son los que más han invertido en marca”.
“¿Pero quién decide cuál es el mejor? Hay gente
que te pide el más caro, y creen que es el más bueno”.
Entre sus favoritos están también el Tributo Don
Alfonso, Belloterra, y Monsalud (que hace Miguel Bosé,
y que Tomás distribuye en exclusiva). Dice que la base
de su negocio es la confianza. “Que el cliente me diga
: ‘Enrique, tú mismo’”. Y está obligado a acertar,
al menos para ser fiel a su máxima: “La venta no
termina cuando el cliente paga, sino cuando vuelve”.
Tomás es inquieto, hablador, expansivo, generoso.
“Y muy observador: tanto, que a veces me cabreo.
Entro en un restaurante y cuento las sillas, lo cuento
todo”. Y si hace falta, le corrige el plan de negocio
a su peluquero.
Vive en Badalona (casi en la playa, sale a
correr cada día al amanecer); su mujer, en
Alella: “Oficialmente estamos divorciados,
pero ahora somos novios”, dice satisfecho:
“Hay que inventar la nueva relación de pareja,
con espacios reales de libertad”. A Tomás la
libertad le motiva: “Soy navegante. Y piloto:
tengo una avioneta chiquitita amarilla, vuelo
mar adentro y me da tranquilidad”. Así equilibra
el torbellino en el que está inmerso: “El crecimiento
es tan bárbaro, que la punta de negocio que
tradicionalmente hay en Navidad va a durar
cinco años”.
CADENA DE JAMONERÍAS ENRIQUE TOMÁS
“Ha llegado el momento de poner mi nombre propio
al jamón en el mundo”, dice Enrique Tomás. Lleva
treinta años dedicado a comprar y vender jamones,
casi tantos como hace que se anuncia con
Justo Molinero. “Sí, sí, yo soy el de los jamones
de la radio y de las mil imitaciones”, dice orgulloso.
“Este era mi altavoz y hasta ahora no he necesitado
más, estaba creando la infraestructura.
Pero ahora lo tiene que saber más gente”.
Tomás tiene 36 tiendas-degustación en Barcelona
y área metropolitana. La empresa acaba de
cumplir treinta años, y ha decidido que es el
momento de dar el salto. Lo primero, en febrero,
fue celebrarlo con un concierto de Isabel Pantoja
que llenó el Palau Sant Jordi: las entradas sólo se
podían obtener comprando una paletilla de jamón
(vendió 7.000), o por invitación de la casa:
“Mi padre decía: ‘el que regala bien vende si el
que lo toma lo entiende’”.
En su tarjeta de visita personal, Tomás se define
como “hacedor de negocios”; en la profesional,
lleva escrito: ‘El jamón tiene nombre propio’
(pero también podría poner: ‘El rey del jamón’).
“Es verdad que hasta ahora he tenido un
posicionamiento folklórico, pero al menos cinco
millones de personas me conocen. Otros
muchos no: en la zona alta me están
descubriendo ahora”.
Tomás nació en Badalona en 1966; sus padres
habían llegado desde Orihuela veinte años antes.
“Mi padre trabajaba en una fábrica, pero con un
salario no llegaba para once hijos” (Enrique es
el pequeño), y montó una lechería en Santa
Coloma de Gramenet, que llevaba la madre.
“Yo estaba chupando teta y ella cortando jamón”.
Enrique acabó EGB y empezó a trabajar en la
tienda. “Me emancipé económicamente haciendo
pollos al ast. Me siento rico desde los 13 años,
entonces empecé a tener más de lo que uno necesita”.
Ahora está a punto de inaugurar un macroespacio
en la calle Pelai, otro en Sabadell, y tiene más de
200 solicitudes para abrir franquicias. “Me piden
en Europa, en China. Yo digo que el año que viene
como mucho abriré 60. Pero voy a montar tantas
como encuentre las personas adecuadas”.
La empresa factura 15 millones de euros, emplea
a 262 trabajadores. “Yo cobro al contado, tengo
tesorería, lo reinvierto todo, y el Sabadell nunca
me ha dicho que no”. Tiene muchos socios en sus
establecimientos, pero “ahora sufro lo que no está
escrito al tener que dejar mi marca a otros”.
Explica que su padre “era un buen tendero pero si
n vocación de empresario”. Tenía cuatro tiendas
en Badalona, y se las repartieron entre los hermanos,
a cambio de una pensión vitalicia a los padres,
“una de las mejores decisiones de mi vida”. Así,
en 1982 Enrique Tomás se hizo cargo de la tocinería
en el mercado de la Salut de Badalona; y en 1987
“empecé a mostrar mis armas: compré un supermercado
y lo convertí en tienda especializada”. Luego otras
en Santa Coloma, y en la plaza Sanllehy en Barcelona:
“¡Que para mí era el fin del mundo!
¿Por qué es justo ahora el momento de crecer?
“Tengo una pieza fundamental, una socia en la
gestión. Y porque lo puedo hacer con mis hijos,
Núria, de 25 años, y Albert, de 20; si lo hubiera
hecho antes, les hubiera perdido. He estado mucho
con ellos. Y trabajo 7 días, 24 horas, no es un tópico.
Tengo que engañar a la gente diciendo ‘¡qué cansado
estoy!, pero disfruto como nunca en la vida. Mi mujer
lo entiende más que nadie en el mundo, pero aun
así no lo entiende. Se supone que todo tiene que
tener un objetivo concreto, ¡pero el objetivo es vivirlo!”.
Tomás hubiera podido ser un mal tenista profesional,
pero es un buen comerciante que quiere ser aliado de
los productores (también podría haber sido psicólogo:
“Cuando estaba en el mercado, ya mi mujer me decía:
las clientas no vienen a comprar, ¡vienen a hablar contigo!”)
. Tomás vende los jamones que selecciona, con su propia
marca, pero también los de más prestigio, 5J o Joselito,
“que son los que más han invertido en marca”.
“¿Pero quién decide cuál es el mejor? Hay gente
que te pide el más caro, y creen que es el más bueno”.
Entre sus favoritos están también el Tributo Don
Alfonso, Belloterra, y Monsalud (que hace Miguel Bosé,
y que Tomás distribuye en exclusiva). Dice que la base
de su negocio es la confianza. “Que el cliente me diga
: ‘Enrique, tú mismo’”. Y está obligado a acertar,
al menos para ser fiel a su máxima: “La venta no
termina cuando el cliente paga, sino cuando vuelve”.
Tomás es inquieto, hablador, expansivo, generoso.
“Y muy observador: tanto, que a veces me cabreo.
Entro en un restaurante y cuento las sillas, lo cuento
todo”. Y si hace falta, le corrige el plan de negocio
a su peluquero.
Vive en Badalona (casi en la playa, sale a
correr cada día al amanecer); su mujer, en
Alella: “Oficialmente estamos divorciados,
pero ahora somos novios”, dice satisfecho:
“Hay que inventar la nueva relación de pareja,
con espacios reales de libertad”. A Tomás la
libertad le motiva: “Soy navegante. Y piloto:
tengo una avioneta chiquitita amarilla, vuelo
mar adentro y me da tranquilidad”. Así equilibra
el torbellino en el que está inmerso: “El crecimiento
es tan bárbaro, que la punta de negocio que
tradicionalmente hay en Navidad va a durar
cinco años”.
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